Unai Cariñena

Con un juego de alfarería, uno de abalorios y un maletín de pinturas al agua, empecé en esto de los colores, formas y la expresión. Sin ninguna duda, la clase en la que mejor lo pasaba de bien pequeño era la azul, la de taller, con sus juegos de construcción, cometas de hilo y palillos, tarros de sal coloreada, pintura, lápices de colores y el siempre presente barro. Después vinieron las clases de dibujo y pintura con Mensu, los primeros pinitos con el óleo en Mimos, una tienda del barrio en compañía de Mª Lis Moreno, a donde me escapaba siempre que podía. Ya en la turbulenta adolescencia, me apunté al taller municipal de cerámica de Irún, al que acudía entusiasmado cada tarde de martes y jueves durante 3 años, hasta terminar el instituto y marchar a estudiar Bellas Artes en Bilbao. Vivir fuera de casa en un piso de estudiantes, clases teóricas y prácticas de 8 de la mañana a 8 de la tarde de todo tipo de materiales y técnicas y pasar el día rodeado de compañeros y actividad, fue una experiencia muy enriquecedora, que terminó con una beca anual Erasmus en Atenas, algo muy recomendable, donde además de trabajar la cerámica y la pintura, conocí una lengua y cultura diferentes y me relacioné con toda clase de personas, de los que tengo muy buenos recuerdos. De vuelta en casa, pasé un año sin saber muy bien qué hacer, ayudando a mi hermana a reformar el negocio familiar, tras lo que decidí ir a estudiar cerámica en la escuela Llotja de Barcelona, donde aún vivo. Hasta hace poco trabajaba en el Sot, empresa dedicada a la fabricación de artículos de regalo y decoración en cerámica y restauración arquitectónica. Hoy comparto taller en el Raval, donde trabajo la cerámica principalmente, haciendo piezas de uso y decoración doméstica y joyería, compaginándola con trabajos en materiales y técnicas diversas.